En el Día de la Mujer, entrevistamos a una de las veteranas de AICE y pionera de la Interpretación Simultánea en nuestro país.
Amalia Alfaro Villacampa es miembro de AICE desde su fundación y pionera de la interpretación en nuestro país. Su currículum es tan vasto y deslumbrante que perfectamente encajaría en el argumento de una novela. Formada en Estados Unidos, París, Italia y Buenos Aires, lleva cinco décadas entregada a una profesión que le sigue apasionando. Ha trabajado “mucho”, en los cinco continentes. Ha interpretado a todos los presidentes de Estados Unidos, a decenas de Premios Nobel, a figuras históricas tan importantes como el Dalai Lama y Teresa de Calcuta. “Steven Spielberg es un hombre genial y un encanto; en cambio Mick Jagger me parece un horror”, bromea haciendo memoria. Fue también la intérprete de La Clave, el mítico programa de TVE que rompió moldes en nuestra historia televisiva. A pesar de sus numerosos hitos, se quita mérito: “No importa tanto quién, sino cómo. He cumplido siempre con mi trabajo. Y lo he hecho arrebatada de gozo”.
En el Día de la Mujer, hablamos con nuestra compañera, un ejemplo de buen hacer, excelencia y tesón, pues a día de hoy, tras más de cinco décadas siendo la voz de tantas personalidades, sigue trabajando con la misma ilusión.
Pregunta.- Es pionera de la interpretación simultánea en nuestro país. ¿Cómo entró en este mundo?
Respuesta.- Soy hija de un diplomático y estaba acostumbrada a estar de aquí para allá, me apasionaba conocer mundo. La interpretación me vino perfecta para eso, es más cómoda que la carrera diplomática, pues te permite viajar sin tener que llevar tu casa a cuestas. En la simultánea entré por Marcela de Juan, una profesional magnífica y encantadora. Ella fue quien trajo a España el material para introducir esta modalidad de interpretación. Hablamos de la misma tecnología que se usó en los juicios de Núremberg, que es donde comenzó a emplearse este sistema. Marcela me escuchó haciendo una consecutiva en una cena oficial y, acto seguido, me preguntó si podría interesarme trabajar con ella. Pertenecía a la Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencia, a cuya imagen y semejanza fundamos la AICE.
“La interpretación me vino perfecta para conocer mundo, es más cómoda que la carrera diplomática, pues te permite viajar sin tener que llevar tu casa a cuestas”
P.- ¿Recuerda su primer congreso?
R.- Sí, perfectamente. Fue en Ciudad Universitaria, en Madrid, un congreso médico sobre el control de la natalidad. La medicina ha sido uno de los campos en los que más he trabajado. Primero porque me gustaba y luego porque era un nicho con el que nadie se atrevía.
P.- ¿Había muchas mujeres en la profesión cuando empezó?
R.- ¿Muchas? ¡Cuatro seríamos! Cuando comencé a hacer interpretación simultánea, los equipos eran de hombres. Por aquel entonces, no se consideraba una buena profesión para la mujer. Ten en cuenta que exigía viajar constantemente y trabajar mucho. En la mentalidad de la época, aquello era sinónimo de descuidar el hogar. No obstante, entre compañeros, el trato fue siempre muy bueno.
P.- ¿En algún momento sintió algún tipo de presión o percibió desigualdad por el hecho de ser mujer?
R.- Siempre he luchado por que las mujeres tuviéramos las mismas condiciones en cualquier sector. Tenemos la suerte de que en los congresos, por norma, todos los intérpretes cobramos lo mismo, de manera que no sufrimos la brecha salarial. En cuestiones como la conciliación, es cierto que es un trabajo complejo. De niña, mi hija veía una maleta y se echaba a temblar. De cada viaje solía traerle un regalo que ella tenía que buscar dentro de mi equipaje para tratar de quitarle esa aversión. En general, si no podemos trabajar por cuestiones familiares, si nos toca quedarnos en casa, buscamos a alguien que haga ese encargo por nosotras… y si no, pues lo perdemos. En mi época, es cierto, viajábamos mucho… con decirte que me casé con un intérprete. Son nuestros iguales, la gente de la profesión, los que comprenden nuestro ritmo. Al principio te preguntaban si estabas loca. Nadie entendía qué era eso de ser intérprete, creían que bailaba flamenco. Con el tiempo, todo se fue organizando mejor. Y entraron muchas más mujeres.
“Tenemos la suerte de que en los congresos, por norma, todos los intérpretes cobramos lo mismo, de manera que no sufrimos la brecha salarial”
P.- Hasta el punto de que hoy hablamos de una profesión mayoritariamente femenina.
R.- Te lo comento un poco en broma, pero hay algo en este dato relacionado con el dicho de que las mujeres podemos hacer varias cosas a la vez. También es cierto que el tono femenino se adapta mejor al oído. Antes, en televisión por ejemplo, solían pedir que las mujeres interpretaran a mujeres y los hombres, a hombres, pero eso ya ha cambiado.
P.- ¿Qué otras mutaciones ha sufrido el día a día del intérprete?
R.- Te pongo un ejemplo. Recuerdo muy al principio trabajar en un congreso en el que uno de los intérpretes llegó en yate; otro, en un Aston Martin en el que me llevó a mí. Teníamos una vida de película. Si viajábamos, lo hacíamos tres días antes de nuestra cita, nos dejaban ese margen para acostumbrarnos al huso horario, un lujo. Cuando se celebraba un congreso, si los participantes querían saber dónde se comía mejor en una ciudad, siempre decían: “Pregunta a los intérpretes”. Teníamos cierta fama de vividores, y lo cierto es que disfrutábamos muchísimo. Y encima nos pagaban. Yo volvería a vivirlo gratis. Y encantada además.
P.- Habla en pasado…
R.- La profesión ha perdido cierto esplendor y me encantaría que los profesionales de hoy lo recuperasen. Actualmente, llegas a un lugar y te metes de bruces en la cabina. También se viaja menos, porque hay intérpretes en todas partes.
“La profesión ha perdido cierto esplendor y me encantaría que los profesionales de hoy lo recuperasen.”
P.- Cinco décadas de carrera darán para un libro.
R.- Eso me dicen, pero tenemos un código deontológico riguroso, no podemos contar lo que sucede mientras estamos trabajando.
P.- Pero algo podrá decirnos. Por ejemplo, a qué personajes le gustó interpretar.
R.- Me encantaba trabajar con Kissinger. Era divertido, tronchante, con gran sentido del humor. Admitía que nuestro trabajo, como el de los políticos, consistía en comer solo cuando se podía. De Margaret Thatcher tengo que admitir que se preocupaba mucho por nosotros, si teníamos un buen hotel o si necesitábamos algo. Recuerdo también una cena oficial con George W. Bush, que tuvo el detalle de pedir a los comensales que estuvieran un poco callados para que la intérprete, que era yo, pudiera masticar. Hoy ya no participamos de las cenas como antes, te sientas detrás en una silla y ni comes… Todo se ha venido bastante a menos.
P.- ¿Alguna anécdota divertida?
R.- Recuerdo un viaje a Dinamarca en el que un ganadero español me agradeció una y otra vez mi trabajo. “¡Es que nos estamos entendiendo!”, me decía sin dar crédito. Cuando terminamos, vino a mí con un fajo de billetes envuelto en una goma. Estaba feliz de poder haberse entendido con aquella gente. Le dije que no podía aceptarlo, claro, pero no admitió un no por respuesta. Otra vez, uno de los príncipes de Jordania me trajo un regalo… Era nada menos que un Rolex.
P.- ¿Sigue disfrutando con su oficio?
R.- Con los años, las tarifas se fueron rebajando, entró gente que tiró los precios… pero tengo la suerte de tener clientes maravillosos que siguen contando conmigo. Mientras ellos me reclamen, no me voy a jubilar, aquí estaré.
P.- ¿Cómo ha afectado la pandemia a la interpretación?
R.- Al principio creíamos que acabaría con la profesión, porque la OMS pidió a los médicos estar al pie del cañón, de modo que se paralizaron los grandes congresos. Luego las cosas se fueron asentando y nos pusimos las pilas con las videollamadas, que han sido una bendición. Cuando algo te hace falta, lo aprendes pitando. Hemos perdido los viajes suntuosos, pero algo hemos ganado en comodidad.
P.- ¿Hasta qué punto el intrusismo afecta a la profesión?
R.- Mucho. Hoy se confunde saber idiomas con ser intérprete y no es lo mismo. Te piden que cuentes con un sobrino que estuvo un verano en Londres… Esto hace mucho daño. En televisión vemos esta falta de profesionales a diario, gente traduciendo barbaridades. Tanto, que a veces es el político de turno el que sale a corregirles.
P.- Con la invasión de Ucrania ha habido varios casos de intérpretes que han roto en llanto por ser originarios de este país y tener que traducir discursos duros.
R.- Comprendo que lloren. Yo traduje la guerra de Irak, lo pasas muy mal. Al fin y al cabo, somos humanos.
P.- Antes de terminar, quisiera pedirle un consejo para los intérpretes que están comenzando ahora.
R.- Solo uno: que la remonten, la dignifiquen y la devuelvan al lugar que estaba. Ese es parte del trabajo de AICE, por eso somos tan exigentes con nuestros nuevos socios y reivindicamos la formación como el mejor atributo de los profesionales.